ESPECIES LÁZARO A 3600 METROS DE PROFUNDIDAD
Se llaman "especies lázaro" a aquellas consideradas extintas que, un buen día, alguien observa vivitas y coleando (o boqueando, volando, libando, nadando…). Su supervivencia puede deberse a una gran capacidad de resiliencia o, sencillamente, a su escaso número de individuos y, por tanto, a la dificultad que tuvieron los investigadores para encontrarlas.
Hay muchos ejemplos, como la ranita arlequín (Atelopus varius), que apareció en una zona entre Costa Rica y Panamá, o el celacanto (Latimeria chalumnae), un auténtico fósil viviente del que se descubrió y describió un ejemplar vivo, en el océano Índico, en 1938. No se pescó otro ejemplar hasta 14 años después. (Nota al margen: uno de los primeros libros que compré –si no el primero– durante mis años de estudiante universitario fue “Oceanografía”, una recopilación de artículos de la revista Scientific American: recuerdo leer con fascinación el dedicado a este pez (Jacques Millot, Dic. 1955).
El descubrimiento de algunas de estas especies esconde historias interesantes, como la de un humilde molusco del tuve noticia por primera vez en las clases de “Invertebrados no artrópodos”, del profesor D. Celso Rodríguez Babio y del que quiero hablar hoy..
Entre los años 1950-52 se desarrolló un proyecto de investigación oceanográfica, el “Galathea Deep Sea Expedition” con el que se quería conmemorar el centenario de la célebre expedición danesa de la corbeta “Galathea”, que navegó por África, India, Hawai, y Sudamérica antes de cruzar el Atlántico para regresar a Dinamarca.
La idea de emular aquella primera expedición nació de un modo curioso. El zoólogo Anton F. Bruun dio una charla en el Acuario de Dinamarca en la que habló de la posible existencia de serpientes marinas y otras criaturas monstruosas en las grandes y desconocidas profundidades abisales. El periodista científico Hakon Mielche, interesado por estas afirmaciones, se puso en contacto con Bruun: de sus encuentros posteriores, de su amistad y del espíritu emprendedor de ambos, nació el proyecto “Galathea 2”. Aunque se demoró unos años a causa de la guerra, finalmente el “HDMS Galathea” (una nave que sirvió en la marina neozelandesa y que fue rebautizada con el nombre de su predecesora) se hizo a la mar en octubre de 1950 y regresó en junio de 1952.
Gracias a la “Galathea Deep Sea Expedition” se demostró la existencia de vida a varios miles de metros de profundidad; quizás el logro más espectacular fue la captura de una especie de anémona que vive en zonas abisales, a unos 4º de temperatura, enormes presiones (5-6 atmósferas) y baja concentración de oxígeno. Sin embargo, desde el punto de vista filogenético, el hallazgo entre los restos dragados a 3600 metros de profundidad, de diez ejemplares de monoplacóforos fue una inesperada sorpresa, el equivalente a encontrar ejemplares vivos de mamuts o, por qué no, de australopitecos.
Los monoplacóforos son moluscos que pueden recordar a una lapa, aunque pertenecen a un taxón más primitivo. De hecho, su anatomía se aproxima mucho a la de un hipotético “molusco ancestral” del que pudieran haber derivado todos las clases actuales. Los monoplacóforos constituyen un grupo muy reducido, con menos de 30 especies vivientes, aunque son más abundantes en el registro fósil del Paleozoico.
El zoólogo Henning M. Lemche bautizó a la nueva especie como Neopilina sp. (por la semejanza –si es que no se trata de la misma especie–, con una forma fósil llamada Pilina sp.) y la “apellidó” N. galatheae, para que su nombre quedase ligado para siempre al barco en que resucitó para la ciencia.
Los monoplacóforos son moluscos que pueden recordar a una lapa, aunque pertenecen a un taxón más primitivo. De hecho, su anatomía se aproxima mucho a la de un hipotético “molusco ancestral” del que pudieran haber derivado todos las clases actuales. Los monoplacóforos constituyen un grupo muy reducido, con menos de 30 especies vivientes, aunque son más abundantes en el registro fósil del Paleozoico.
El zoólogo Henning M. Lemche bautizó a la nueva especie como Neopilina sp. (por la semejanza –si es que no se trata de la misma especie–, con una forma fósil llamada Pilina sp.) y la “apellidó” N. galatheae, para que su nombre quedase ligado para siempre al barco en que resucitó para la ciencia.
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Del libro "Zoología", P. P. Grassé |
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