EL REY EDIPO Y LOS LÍPIDOS SAPONIFICABLES

Cuadrúpedo en la aurora, alto en el día
y con tres pies errando por el vano
ámbito de la tarde, así veía
la eterna esfinge a su inconstante hermano,
el hombre, y con la tarde un hombre vino
que descifró aterrado en el espejo
de la monstruosa imagen, el reflejo
de su declinación y su destino.
Somos Edipo y de un eterno modo
la larga y triple bestia somos, todo
lo que seremos y lo que hemos sido.
Nos aniquilaría ver la ingente
forma de nuestro ser; piadosamente
Dios nos depara sucesión y olvido.

Jorge Luís Borges
Cuando no existían “reality shows” y la crónica rosa no había hecho mella en el medio televisivo, era posible ver una buena película de Billy Wilder, Alfred Hitchcock, John Huston o William Wellman… Clásicos americanos, pero también europeos como Werner Herzog o Luís Buñuel… Así fue como, en un viejo televisor en blanco y negro, vi por primera vez el “Edipo rey” de Sófocles en versión de Pier Paolo Pasolini. Aun se me erizan los pelos al recordar al actor arrancándose los ojos cuando supo que su esposa, Yocasta, era en realidad su madre…
La conocidísima tragedia viene a ser más o menos así: cuando nació Edipo, hijo de Layo y Yocasta, reyes de Tebas, una profecía vaticinó que el niño mataría a su padre y se casaría con su madre (se trataba de una maldición contra Layo, por sus pecados anteriores…). Para evitar esta tragedia, el rey mandó matar al niño, pero quien había de ejecutarlo, en un “acto piadoso” sólo le perforó los pies y lo colgó cabeza abajo de un árbol, abandonándolo en el bosque -precisamente el nombre de Edipo procede de las palabras “Oideo"hinchar, y “podós”, pie). El niño se salvó y fue adoptado por el rey de Corinto, en cuya corte creció y fue educado. Años después, el muchacho regresó a Tebas y, cerca de la ciudad, tuvo un desafortunado encuentro con un rico y sus criados: en la reyerta dio muerte al señor, desconociendo que era en realidad el rey Layo, su padre. El rey regente, hermano de Layo, prometió la mano de la reina viuda, Yocasta, a quien resolviera el famoso enigma de la Esfinge…

Y aquí tenemos al famoso Edipo, frente al monstruo con cuerpo de león, cabeza femenina, alas de pájaro y cola de serpiente… La Esfinge proponía ciertos acertijos a quienes querían entrar en la ciudad y los devoraba sin piedad si no los acertaban. Hoy día cualquier niño podría haberse casado con Yocasta, pues el acertijo de la Esfinge (aquel del animal que camina con cuatro patas al nacer, con dos en la madurez y con tres al final de sus días) es harto conocido. Pero esa imagen de Edipo enfrentándose al enigma, intentando resolver una cuestión en la que le va la vida, es una hermosa metáfora del hombre de ciencias: lo que captan nuestros sentidos, los hechos empíricos, son enigmas planteados por la Esfinge (la naturaleza). El conocimiento de la verdad, la comprensión del mundo, es la única manera de avanzar en nuestro camino, cualquiera que sea el destino.
Ha habido mucho edipos frente a muchas esfinges: Darwin frente a los picos de los pinzones, Galileo frente la mecánica celeste, Fleming frente a los huecos en las placas de cultivo, Watson y Crick frente a la arquitectura molecular de la propia vida… Los ejemplos son innumerables y los edipos no siempre han sido muy famosos o muy reconocidos. Permitidme hablar de uno de ellos…


Johann Thudichum (1829-1901) fue un médico de origen alemán y uno de los precursores de la investigación bioquímica aplicada a la medicina. Por motivos políticos (al parecer estuvo en el “lado equivocado” durante la fallida “Revolución de Marzo” de 1848, en contra de los privilegios de la nobleza y a favor de la libertad de prensa y de opinión) le fue negado un puesto al que aspiraba en la facultad de medicina de la universidad de Giessen, por lo que decidió abandonar su convulso país natal y establecerse en Londres, donde culminó su labor científica y sus días. Entre sus logros más importantes se deben citar el descubrimiento y la identificación de un gran número de moléculas relacionadas con la neurofisiología. Él defendía, y el tiempo le ha dado la razón, que para hacer frente a una determinada enfermedad hay que bucear en el fondo de su química particular. Bajo la luz de esta premisa, Thudichum descubrió que el cerebro no estaba formado por una sola sustancia (el “protagon”) como hasta entonces se creía, sino por una mezcla compleja que incluía lecitinas, cefalinas, mielinas… Y es aquí, precisamente, donde aparece nuestro Edipo particular: Thudichum frente a unas moléculas apolares, de aspecto, consistencia y propiedades grasas, que acertadamente intuyó muy importantes, dada su abundancia, pero cuya función permanecía, y permanecerá hasta más de un siglo después de su muerte, siendo un enigma… Por esta razón, y porque los sabios hombres de ciencias eran también doctos conocedores de las humanidades, llamó a estas moléculas “esfingolípidos”, los lípidos que la antigua Esfinge tebana puso sobre su mesa de trabajo.
Cuando yo era estudiante de Biología, en la asignatura de Bioquímica pasamos de puntillas sobre los esfingolípidos, apenas cuatro palabras sobre su constitución molecular: aminoésteres de la esfingosina con ácidos grasos. Cuando comencé a impartir Biología (primero en el BUP y COU, luego en Bachillerato) los esfingolípidos, aun eran moléculas con cierto aura de enigmáticas sobre las que los programas educativos aconsejaban no profundizar, no eran incluidas en las pruebas de selectividad… Pero, desde hace unas décadas, los avances en las técnicas bioquímicas y biomédicas (también las bioinformáticas) han permitido arrojar nueva luz sobre los esfingolípidos: sabemos que son componentes fundamentales en las membranas celulares, que tienen carácter antigénico -son responsables, por ejemplo, de que tengamos uno u otro grupo sanguíneo-, sabemos de su implicación en los ciclos celulares, en la “apoptosis” o suicidio celular (lo que las hace interesantísimas en el estudio de la lucha contra el cáncer) y el conocimiento de su metabolismo es esencial para la comprensión y búsqueda de terapias para la diabetes o la enfermedad de Alzheimer…
La Esfinge, vencida una vez más, deberá arrojarse a un profundo abismo… Pero regresará, la Esfinge siempre regresa con nuevos enigmas.


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