SOBRE LA AMARGURA.

    
Frederich Wöhler

En 1832 falleció Franziska Wöhler, esposa del famoso químico alemán Frederich Wöhler (1800-1882), por complicaciones en el parto de su segunda hija, Sophie.  
Frederik Wöhler era ya un era ya un químico de prestigio que, entre otras cosas, había conseguido crear urea “artificialmente”, por procesos químicos in vitro y a partir de compuestos inorgánicos. Hasta entonces se creía que la urea (y, en general, los compuestos orgánicos) solo podían producirse por procesos biológicos y gracias a la energía de un misterioso "principio vital". 
    Viudo y con dos niños pequeños, Wöhler estaba sumido en una honda tristeza cuando recibió las condolencias de un amigo quien le ofrecía que viajase a su casa, pasase una temporada con él y con su familia y, ocupados en algún trabajo conjunto, pudiese distraer la mente de su congoja y deshacer la amargura que le torturaba el corazón. Este amigo era otro eminente químico, Justus von Liebig (1803-1873) a quien se debe, entre otros muchos méritos, la invención de los fertilizantes artificiales y los concentrados de extractos de carne.  

    Wöhler aceptó y se desplazó hasta el estado de Hesse donde vivía LIebig. A propuesta de éste, ocuparon el tiempo en distintos estudios y experimentos, como el de analizar el aceite de almendras amargas y desentrañar los secretos del sabor encerrado en las semillas. Exponer y explicar la amargura de las almendras significaba, metafóricamente, darle un sentido a la amargura que torturaba el corazón de Wöhler. Quizás así doliese menos... 

    Fruto de sus estudios, dedujeron la composición de la amigdalina, una sustancia presente en el extracto de las almendras. Se trata de un glucósido (un compuesto formado por dos partes, una glucídica y otra de distinta naturaleza química). El glucósido es la gentiobiosa, un disacárido formado por dos moléculas de β-D-glucopiranosa unidas por enlace 1- 6. La parte no glucídica es el “mandelonitrilo” que, a su vez, está formado por dos partes: un benzaldehído y cianuro de hidrógeno. 
    
    La amigdalina no está presente solo en las almendras, se encuentra también en muchas otras semillas de plantas, sobre todo rosáceas como las cerezas, los melocotones o las manzanas. Descubrieron también que las semillas contienen un enzima, a la que llamaron “emulsina”, responsable de hidrolizar la amigdalina y liberar el compuesto aromático (benzaldehído), responsable del fuerte sabor amargo, y el cianuro, un potente veneno (inhibidor de la citocromo c oxidasa en la cadena de transporte de electrones mitocondrial). Evidentemente, si se comen unas dosis elevadas de almendras amargas u otras semillas que contengan amigdalina, se puede producir una intoxicación de consecuencias fatales. Parece lógico pensar que esta reacción química es un mecanismo de defensa de la planta para protegerse frente a los depredadores por la asociación “mal sabor-peligro”. 
    Los almendros de semillas dulces prácticamente no producen amigdalina, debido a una antigua mutación (ya se cultivaban almendras dulces en el antiguo Egipto y en Grecia).
    Existen otros glucósidos cianogénicos en plantas que pueden producir toxicidad a dosis más o menos altas, como es el caso de algunas leguminosas, de las semillas del lino, de la yuca, del sorgo... 
    

    

    Un análogo sintético de la amigdalina (al que se le dio el engañoso nombre de vitamina B-17) se utilizó en el tratamiento contra el cáncer, sobre todo por los años 60-70 del pasado siglo. La idea surgió inicialmente del estudio de la alimentación de una población remota de Pakistán, en el Valle del río Hunza, donde la incidencia del cáncer es bajísima. Los investigadores constataron que uno de los principales elementos en la dieta de estas personas eran los huesos de albaricoque, ricos en amigdalina. De ahí el nombre de "vitamina": creyeron que la falta de amigdalina o vitamina B-17 era un desencadenante de procesos cancerosos. Además, se creyó -sin muchas evidencias científicas y sin experimentación suficiente- que la amigdalina (en su forma sintética, el laetrilo) tenía la capacidad de liberar su dosis letal de cianuro sólo en células tumorales. La idea, en principio, parecía atractiva: 
algún factor interno o externo debería hacer que la liberación del cianuro se produjese únicamente en las células malignas. Como este factor no existe, la terapia resulta ser un fracaso (aunque se utilizó y aun se utiliza por curanderos y falsos terapeutas).


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